Ficha La Fortaleza Escondida

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Críticas de La Fortaleza Escondida (1)


Mad Warrior

  • 13 Dec 2023

9



“La aventura es uno de los motivos esenciales en el cine“, afirmó sabiamente Akira Kurosawa.
Y esta sabiduría le lleva a romper moldes una vez más y brindarnos una de las mayores aventuras del Japón feudal jamás contadas, jamás filmadas.

No era la visión del director en esos finales de los “50 demasiado amable ni compasiva; la atmósfera que invadía a sus obras exudaba desasosiego, suciedad, violencia y su discurso era retorcidamente amargo, cínico y fatalista. La épica “Trono de Sangre“ y “Los Bajos Fondos“ son claros ejemplos de su modo de ver el Mundo y el ser humano; trabajos a los que el tiempo les ha dado la categoría de excelentes, pero no fueron muy populares en la época en cuanto a recaudación en las salas se refiere. Con la idea de equilibrar esto se embarca en un proyecto de compensación para Toho basándose en una idea del guionista Ryuzo Kikushima.
Kurosawa ya alcanzó la cúspide de la virtud técnica en “Los Siete Samuráis“, pero por primera vez utilizará el formato de pantalla panorámica (llamado TohoScope) y el sonido estéreo, medios perfectos para hacer más grande aún si cabe la película que poco después ofrecerá al público, y que tiene a bien comenzar con una larga secuencia, cámara en mano, donde sigue a dos hombres caminando casi sin rumbo fijo, Tahei y Matashichi, campesinos que regresan de una participación ridícula en la batalla de los clanes Akizuki y Yamana, convertidos en dúo cómico testarudo que se dicen unidos de por vida aunque no dejan de pelear por el dinero, lo que les da fuerzas para seguir el viaje y conducir sus pobres existencias.

Pese a que su irritante discusión sea interrumpida por un samurái herido y finalmente abatido por varios enemigos, esta secuencia perfectamente estructurada es un reflejo de las pretensiones de Kurosawa, cuya mirada sombría marcaba de principio a fin “Trono de Sangre“; una línea clara, de una extravagancia maravillosa, es lo que irradia “La Fortaleza Escondida“, contracampo lúdico y trepidante a aquella negrísima tragedia “shakespeariana“. El periodo de las guerras de poder se radiografía desde el punto de vista de los dos campesinos (guías para el espectador) sin profundizar demasiado en la amarga crítica social de “Los Siete Samuráis“.
Se separarán (con uno trabando una alianza con un grupo para cruzar las líneas enemigas y el otro siendo capturado cuando es confundido con un prisionero) y unirán con motivo de una insurrección (la cual no habría llegado hasta el final de haber sido Mizoguchi quien estuviera tras la cámara, pero a Kurosawa le interesa la huida, el movimiento y la constante sorpresa); este arte consistente en fundirse con un grupo y separarse de él será el principal dispositivo de la trama, reforzado con la introducción de un tercer elemento que repara en ellos y les sigue los pasos hasta forjar una alianza: un implacable general de las tropas de Akizuki, Rokurota.

Comienza entonces la sensación de aventura con el descubrimiento de unas láminas de oro, escondidas en maderos, por los campesinos, quienes entran así casualmente a formar parte de esta intriga que constituirá un torniquete revelador de su avidez y codicia; Kurosawa sigue desechando así el protagonismo del noble samurái, desplazado por la personalidad cínica, traidora e interesada del dúo, y añade poco a poco todos los ingredientes que constituyen una aventura: un gran guerrero, unos personajes abiertamente cómicos, un escenario histórico, un codiciado tesoro que escoltar y un espacio natural rocoso, arenoso, traicionero, bellísimo.
Pero sería imposible considerar una auténtica aventura a “La Fortaleza Escondida“ de no ser por la participación de Yuki, heredera de los Akizuki; encarnada por una debutante de 20 años llamada Misako Uehara (perteneciente, según se rumoreaba, a la dinastía Tokugawa), el personaje fue imaginado como la antítesis de la mujer feudal. De este modo la princesa no es sumisa, ni atormentada, ni silenciosa (aunque se le inste a ello), no es un títere manipulado por aquellos que ostentan el poder en un segundo plano; en su lugar emerge una heroína valerosa, contestataria, furiosamente izquierdista y que cada palabra la profiere rugiendo, además de ofrecer un “look“ juvenil y dotado de una gran carga sexual.

Como estaba pronosticado, este personaje tremendamente anacrónico (retrato de las mujeres modernas y anunciadoras de las mutaciones que habrían de llegar en los “60) causó furor en la época convirtiéndose en el modelo para todas las futuras heroínas del “chambara“, el cine épico y sobre todo el manga y la animación. Ella, que reprocha de manera violenta los ideales tradicionales y los retrógrados valores del bushido, es la fuerza impulsora, junto con el tesoro, de la historia, cuya estructura narrativa parte de una fosa doble y escenarios contrapuestos debido a sus elementos.
Una de naturaleza bucólica (el manantial de agua cristalina, la arrolladora belleza de Yuki, las láminas de oro); otra árida e infernal (el agujero en el suelo, la arena ardiente, las casas desvencijadas); todo ello antes de que los protagonistas vuelvan a recorrer las líneas horizontales del paisaje (los ríos, los caminos, las fronteras), un cuarteto que no es sino la grotesca imagen de una sociedad de dos niveles (cuya actitud noble y valiente de una confronta la traidora y cobarde de la otra).

Primordial para Kurosawa mantener el constante engaño, la farsa, la artimaña (los trucos de los campesinos, las maniobras de Rokurota para burlar al enemigo) tanto como la emoción y la visceralidad de la acción. Esta trepidante peripecia es por tanto su carta de amor al “western“ y al cine de aventuras que tanto le influenciaron. Imposible no ver en cada secuencia y plano (cuando la acción tiene lugar) la huella de Jacques Tourneur, Raoul Walsh, John Huston, Howard Hawks y sobre todo John Ford, haciendo brillar las altas laderas del valle Horai como aquél hacía con las infinitas llanuras de Monument Valley; al igual que es imposible no evocar a Errol Flynn, Douglas Fairbanks, Burt Lancaster u otros héroes en el noble, ágil, imbatible y en ocasiones desvergonzado Rokurota.
Usándole como el perfecto héroe novelesco, Kurosawa nos brinda algunas escenas de acción memorables, capaces de funcionar de manera individual (destacando la persecución de los hombres de Hyoe a caballo y su posterior duelo en el campamento); con su acostumbrada técnica de rodar con varias cámaras, se concentra en la composición del movimiento y captura sin esfuerzo la belleza física (los caballos azotando el suelo, los campesinos bailando alrededor del fuego, alzándose como maestro de las secuencias de multitudes) y la natural (los elementos atmosféricos, la fuerza visual de los espacios abiertos).

Así, este viaje nos provoca una profunda fascinación del mismo modo que a Yuki, significando para ella una oportunidad única de aprender de la sociedad lejos de las ataduras de la nobleza (de nuevo el discurso de la liberación femenina y la ruptura de las tradiciones); sin duda un viaje de dimensiones y realidades, de apariencias y caras ocultas, de bondad y maldad que nos revela “lo bello y lo feo“, como bien admite la princesa aceptando el mundo que la rodea (en una secuencia sin cortes que eriza el vello por su dramatismo y gran concesión al humanismo).
Mifune, magnético, portentoso, es una versión más luminosa de sus anteriores guerreros; su Rokurota tiene más de héroe de capa y espada que de estoico samurái. Kamatari Fujiwara y Minoru Chiaki, unos Abbott y Costello en su versión nipona y feudal, son el contrapunto cómico a la acción y la violencia imperantes, y su punto de vista es el que guía realmente la historia; también Takashi Shimura, Susumu Fujita y Toshiko Iguchi ofrecen grandes interpretaciones, pero todos ellos aplastados por la presencia incandescente de Mihara. Por su parte cada secuencia y plano se ve magnificado gracias a la excelente fotografía en blanco y negro de Kazuo Yamazaki.

Alegría para Toho y para Kurosawa, que se encontró con el mayor éxito de su carrera hasta el momento, arrasando en taquilla y causando el consiguiente furor en el Festival de Berlín. Aunque hayan pasado ya 63 años desde su estreno, “La Fortaleza Escondida“ sigue siendo un entretenimiento de primer nivel, excitante, divertido, frenético y fascinante.
Hoy día se ha hecho popular por ser la obra que plagió George Lucas (sí, eso es) para su celebérrima “Star Wars“ (con detalles que a más de uno crisparían los nervios); pero esta obra monumental merece mayor atención no por su influencia posterior, sino por sus propios méritos.



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